PEDRO JESUS FERNÁNDEZ. 26 ABR 2019
De los frescos de Goya en San Antonio de la Florida a los jardines secretos de la ciudad, un paseo en busca de esas joyas tan castizas que no se revelan a primera vista.
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Para fisgonear entre los rincones de Madrid necesitamos poner en tela de juicio una verdad casi universal que enunció Walter Benjamin: importa poco no saber orientarse en una ciudad; perderse, en cambio, requiere aprendizaje. Madrid le lleva la contraria, sus habitantes han perfeccionado la distancia con alguno de sus tesoros; aquí es preciso callejear con cierto cálculo. Única capital importante de Europa surgida por azar —la decisión artificial de Felipe II en 1561—, durante 150 años nadie le dio crédito. Ni la Iglesia, ni la aristocracia, ni siquiera el pueblo. Con la casa real aislada en sus dominios y sin tomar medidas hasta Carlos III, las órdenes religiosas siguieron prefiriendo otras urbes para edificar los grandes templos, como Toledo, Salamanca o Santiago. Por su parte, la mayoría de los nobles dificultaron construir sus casas señoriales en la capital y cuando decidieron hacerlo, en el siglo XIX, se inclinaron por las afueras. Y el pueblo, sin protección, se defendió burlando las ordenanzas que les exigían alojar a los funcionarios en los pisos altos de sus propiedades con las llamadas casas de malicia…