Belén Kayser 30 MAY 2017
Lejos del tráfico, de las multitudes y de los teléfonos móviles existe un turismo cuyo objetivo es huir del ruido.
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El silencio es un sonido. Se escucha cuando no se oye nada, ni un tintineo, ni un segundero, ni un teclado. Las ciudades y sus ruidos atrofian el oído… y el ruido está en todas partes. En cláxones y conversaciones, en pantallas y altavoces, en lo que comemos y olemos. Viajar es escapar. Y escapar no es solo huir del estrés. El turismo de silencio regala salud y crece. Desde hoteles que no permiten llevar los móviles conectados en sus espacios comunes, como el Goring de Londres, hasta trenes que te llevan bajo el pacto de que no hables; granjas remotas sin cobertura, como Mimos de Arnoia, salas de espera como la Silent Lounge del aeropuerto de Copenhague —un oasis de calma en colores neutros—, templos para retiro de introspección, como el Kagyu Samye Ling, y caminos meditativos, tan antiguos como el silencio. Es un lujo que ya buscan muchos…